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Playuela

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Playuela es uno de los pocos terrenos en el extremo noreste de Puerto Rico que aún quedan sin desarrollar. Sobre dunas de arena cementada y piedra caliza, el agua ha tallado un paisaje inconfundible de playas aisladas, en su mayoría rocosas, que bordean un valle costero de pastizales salpicados de palmeras. El paisaje, que una vez fue densamente cultivado, actualmente se ubica sobre un fondo de bosques costeros secundarios que rodean laderas kársticas y cavernosas. Éstas protegen a Playuela del ruido urbano–una barrera que también es efectiva contra la contaminación lumínica. De noche, las olas en sus playas de surf son claramente iluminadas por las estrellas y la luna, la cual se eleva allí sobre el verdor, en vez de sobre un paisaje de concreto.
El carácter rural del vecindario aledaño y la topografía única de Playuela mantuvieron el área aislada de desarrollo hasta la década de 1990, cuando se elaboraron por primera vez los planes iniciales para un complejo turístico multimillonario que ocuparía 140 acres de tierras de cultivo subutilizadas. Hasta entonces, el lugar era conocido principalmente por los locales y por la comunidad internacional de surf. Los residentes han disfrutado de su costa, senderos y pastizales por años. Los surfistas han atesorado sus olas de clase mundial desde que el deporte comenzó a practicarse en la isla. Si bien los planes iniciales de desarrollo nunca se realizaron, a finales de 2016 se iniciaron operaciones con maquinaria pesada y remoción de terreno en algunas de las propiedades privadas donde se ubica el proyecto.
Los vecinos, junto a surfistas y organizaciones medioambientales estallaron de indignación. Las protestas pasivas escalaron rápidamente hacia la desobediencia civil, mientras se levantaron cargos contra los arrestados y se presentaron acciones legales en los tribunales para detener el proyecto. Salvemos Playuela fue un movimiento de conservación ambiental que, aprovechando al máximo las nuevas tecnologías y las redes sociales, logró movilizar efectivamente la opinión pública para conservar las tierras en su estado actual. Sin embargo, la lucha pronto revirtió hacia pasadas discusiones sobre cómo deberíamos utilizar mejor nuestros recursos, quién puede decidir sobre ellos, y cómo estas decisiones colectivas chocan con otros constructos sociales como la "propiedad privada".
Entre los meses de diciembre de 2016 y abril de 2017, tuve el privilegio de pasar varias noches y días en el Campamento Rescate Playuela. Al igual que muchos otros puertorriqueños que se unieron a la causa, mi incursión en el campamento comenzó como un gesto de solidaridad, pero rápidamente me dediqué a apoyar al movimiento mediante documentación fotográfica e identificación de especies de aves. Para entonces, los reclamos del Campamento no solo buscaban asegurar el acceso público a la costa, lo cual está garantizado por la constitución de Puerto Rico, sino que también demostraron preocupación por especies en peligro de extinción, y la vulnerabilidad de los ecosistemas y recursos hídricos.
Al igual que otros movimientos tecno-políticos, el Campamento menguó a lo largo de una prolongada batalla legal. Los propietarios y los desarrolladores del complejo turístico también parecían haber perdido fuerza junto con él. Hoy la presencia del Campamento parece más simbólica que cualquier otra cosa. Sin embargo, fue exitoso al delegar su atención a los miembros de una comunidad amplia que constantemente vigila y defiende a Playuela. Ante el patrón de presión por parte de los desarrolladores y de resistencia de la comunidad local, la lucha incesante para salvar a Playuela está destinada a repetirse.





